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La desaceleración de la economía y las reformas

Superiberia

Supongo que los focos amarillos ya están prendidos en las oficinas de las autoridades económicas de México. Y es que la economía nacional claramente está desacelerándose. Lejos de estar en el camino de crecer más arriba de nuestra tasa histórica, como pretende el gobierno de Peña, y por más que México esté de moda en los mercados internacionales, estamos frente al riesgo de caer en un bache económico. Por eso, cada vez son más importantes los mensajes que enviará el gobierno con dos reformas que supuestamente debatirá el Congreso el semestre que entra: la hacendaria y energética. Yo no tengo duda: el mensaje debe ser de apertura, de bienvenida de los capitales nacionales y extranjeros a invertir en México, para que la inversión efectivamente aumente y la economía pueda despegar como lo anunciaba la portada de la revista The Economist de noviembre pasado.

De acuerdo con el INEGI, el “Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) —indicador de tendencia de la economía mexicana en el corto plazo— creció 0.4% real anual en febrero de 2013, el menor crecimiento anual para mes semejante desde 2009”. Mal dato. ¿Qué lo explica? “Se contrajeron las actividades secundarias (-1.2%), mientras que las primarias y las terciarias se desaceleraron respecto al mes previo (4.9% vs. 13.4% y 1.1% vs. 3.8%, respectivamente)”. Preocupa, en particular, el descenso de la producción industrial. El INEGI informa que la baja de -1.2 % entre febrero de 2013 y febrero de 2012 se debió a una reducción de -2.3% en la construcción, -0.9% en las industrias manufactureras, -0.8% en minería y -0.5% en electricidad, agua y suministro de gas.

La industria mexicana no está pasando por un buen momento. Al revés. Esto se debe a la desaceleración de la economía estadunidense producto, a su vez, de la baja en las exportaciones de Estados Unidos a China y Europa. Ni modo: así es la globalización. Los mexicanos no podemos extraernos a lo que está sucediendo en otras latitudes. En este sentido, nuestro motor externo, que ha sido el más importante para la recuperación mexicana después de la crisis mundial de 2008-2009, está desacelerándose como producto de una menor demanda en nuestro principal socio comercial, Estados Unidos.

En febrero de este año, las exportaciones mexicanas “se contrajeron a una tasa anual de 2.9%”, de acuerdo con el INEGI. Ese mes bajaron tanto las exportaciones petroleras (-9.3%) como las no petroleras (-1.7%). Las manufactureras tuvieron una caída de -1.5%. En marzo las exportaciones totales volvieron a caer producto de una contracción de -19.8 % en las petroleras y de un aumento de 1.7% en las no petroleras.

El motor externo de nuestra economía es una historia de éxito. Hoy México exporta alrededor de mil millones de dólares por día en productos no petroleros. Todos los demás países de América Latina juntos no exportan esa cantidad. Nuestro país se ha convertido en una mini-potencia exportadora. El problema es que este motor externo depende mucho de la “gasolina” estadunidense. El reto, a futuro, es exportar más a otras naciones y, desde luego, hacer que se acelere el motor interno de la economía, es decir, los bienes y servicios que se producen en México para consumo interno.

El problema, lo sabemos, es que partes fundamentales del motor interno, en lugar de acelerarlo, lo detienen. Me refiero a sectores de gran peso dominados por monopolios públicos o privados. Empresas que naturalmente defienden sus intereses monopólicos elevando las barreras de entrada a nuevos inversionistas. De ahí que el gobierno deba promover una mayor competencia con una agenda de apertura en estas actividades. La reforma en telecomunicaciones, que saldrá esta semana del Congreso, va por ese camino. Ya veremos, en los hechos, si hay una mayor inversión en este sector. No se trata sólo de que Azcárraga y Salinas inviertan en telefonía y Slim en televisión. El verdadero éxito de la reforma en telecomunicaciones será que otras empresas, nacionales y extranjeras, arriesguen su capital en estos negocios.

Ahora bien, quizá la prueba más dura para el gobierno de Peña es las reformas que vienen: la hacendaria y la energética. Ahí todo el mundo tiene el ojo puesto para comprobar, en definitiva, si  esta administración está comprometida en atraer nuevas inversiones que aceleren el motor interno de la economía. Ahora, que vamos rumbo a un bache económico, las necesitamos aún más.

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