En el mundo actual, competitivo, hostil y práctico, nos puede parecer extraño que siga existiendo la realeza en algunos países. En nuestra realidad es la capacidad de cada quien el generador de mejores oportunidades, somos por lo general producto de la cultura del esfuerzo. Sin embargo, la monarquía prevalece como poder simbólico y representativo, como signo de unidad nacional y poder arbitral.
Indudablemente, de entre las diez monarquías europeas, para México, por razones históricas y culturales, además de la lengua común, la monarquía española es la más cercana a nuestro afecto e interés comercial.
Juan Carlos I. desde su ascensión al trono, luego del fallecimiento de Franco, en 1975, ha protagonizado un nuevo y apreciado capítulo de las relaciones México–España, las cuales se reanudaron oficialmente en 1977. El monarca español ha sido fundamental promotor de las Cumbres Iberoamericanas, cuya primera edición se llevó a cabo en Guadalajara, Jal., en 1991. Queda en el anecdotario el “¿Por qué no te callas?” proferido por el irritado Juan Carlos al hablantín Hugo Chávez, durante la XVII Cumbre celebrada en Chile.
Juan Carlos, tras concretarse el Pacto de la Moncloa, fungió como pieza clave en la promulgación de la Constitución de 1978, culminación de la transición de la dictadura a la monarquía constitucional, sólida garantía de un pluralismo democrático. Al poco tiempo, en febrero 1981, Juan Carlos fue la figura central que desactivó el intento de golpe de Estado a cargo del teniente coronel Antonio Tejero.
La excepcional personalidad y carisma de Juan Carlos han contribuido notablemente a atraer inversiones, a expandir las relaciones exteriores y a propiciar el florecimiento turístico de España.
Una particularidad del presente es que las supuestas idílicas vidas de personajes famosos quedan expuestos al dominio público. Los medios de comunicación se nutren de cuanto ocurre en la intimidad de toda celebridad y Juan Carlos I no ha sido la excepción; los sucesos de la Casa Real son el diario cotilleo de la revista Hola y demás medios. El rey a sus 74 años -en 2012- y con frágil salud, acudió en sigilo a cazar elefantes en Botsuana -con costo de 60 mil dólares-, se fracturó la cadera y fue intervenido quirúrgicamente por cuarta ocasión en dos años. Al mismo tiempo, su nieto mayor convalecía por haberse disparado un tiro en el pie. Dicho episodio ocurrió en plena hipercrisis económica que aqueja a España, con desempleo superior a 25 por ciento. La contenida tolerancia hacia el rey desapareció de un plumazo, sus notorias relaciones extramaritales fueron divulgadas, sus cuestionados negocios de intermediación y tráfico de influencias fueron expuestos públicamente y para acabarla de amolar, su hija Cristina ha sido imputada a comparecer ante un juez, relacionada con el supuesto fraude cometido por su marido Iñaki Urdangarin, que al amparo del Instituto Nóos, sin fines de lucro y para fomentar el deporte y turismo, aparentemente distrajo en su provecho casi cinco millones de euros. La popularidad de Juan Carlos es apenas de 11% y a la Casa Real española se le califica como frívola, antidemocrática y corrupta.
Independientemente al desenlace de la situación de la monarquía española, cada vez son más quienes consideran que las monarquías son obsoletas y caras, piensan que en la actualidad no hay motivo para ser súbditos de sujetos que por el simple hecho de haber nacido en cuna real, sin considerar méritos propios ni capacidades, sean declarados -y vivan como- reyes.
*Analista
jrubi80@hotmail.com