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La maltrecha profesión docente

Superiberia

Amo la profesión docente. Con 15 años frente a grupo en primaria, secundaria, bachillerato y alguna cátedra universitaria, he mezclado la labor sindical y la función pública con el estudio y el trabajo académico. Al frente de la Inspección escolar, me doy cuenta que mi ciclo se ha cerrado satisfactoriamente. Es un retorno a los orígenes, a la razón por la que escogí ser maestro, pensando en el retiro en un espacio que me haga recordar para qué estudié algún día en la escuela Normal.

En 45 años de servicio se pueden conocer muchas cosas. Tuve la oportunidad de recorrer la entidad veracruzana, asistir a decenas de lugares en el país e incluso en el extranjero, compartiendo experiencia, conociendo, interpretando estilos de vida, intuyendo motivaciones, percibiendo alegrías, tristezas, triunfos y fracasos. Cientos de conferencias y cursos dados y recibidos. En 45 años jamás he tenido la oportunidad de cansarme o aburrirme, ni mucho menos de renegar del magisterio.

El maestro debe asumir una actitud positiva y esperanzadora de la vida, ser un mediador equitativo, interesado en los problemas de las personas, que apoya y resuelve todo aquello que le es posible y que actúa de buena fe. Debe ser un lector consumado que dialoga con los libros para extraer ideas que adapta en su trabajo, respeta la dignidad de los alumnos y promueve aprendizajes durante el tiempo que permanece en el aula.

En los años setenta la figura del maestro era muy respetada. En las escuelas unitarias y apartadas el maestro hacía de todo: director, profesor de dos o tres grupos, secretario, vigilante. A veces la comunidad lo requería como juez improvisado o como mediador en las asambleas ejidales, adquiriendo experiencias maravillosas. El profesor vivía en la comunidad y muchas veces allí se casaba.

Esa imagen cambió. De tres días a caballo para llegar desde la Inspección escolar a la comunidad, ahora los profesores viajan tres cuartos de hora hasta las escuelas lejanas de la zona, salvo sus honrosas excepciones, que todavía existen. Las distancias se acortaron y los caminos vecinales se incrementaron, de manera que el maestro ya no vive en la comunidad. Además, en los años ochenta y noventa las circunstancias laborales fueron en declive y los inspectores escolares perdieron fuerza y autoridad moral.

Al entrar en el nuevo milenio, la Contraloría Interna de la SEC realizó una campaña para notificar a los padres que las cuotas eran voluntarias. Entendido literalmente, muchas escuelas se fueron quedando sin apoyos. Más tarde, al menos desde 2008, el magisterio comenzó a sufrir una guerra mediática de desprestigio que lo puso en jaque. Intereses espurios (gobierno neoliberal y Mexicanos Primero) y económicos (criterios de la OCDE y el Banco Mundial), han desacreditado ante la opinión pública la imagen del docente y de la escuela “de gobierno”, seguramente porque ven en la educación un lucrativo negocio y el estado neoliberal “adelgazador” una manera rentable de ahorrar en el gasto público.

Mexicanos Primeros insiste en empoderar a los padres de familia empujando el Acuerdo 716 (ahora 02/05/2016) y los CEPS, que si bien son órganos de apoyo escolar ya contemplados desde 1993, la intención oculta salta a la vista. El acoso irracional lleno de sinrazones de muchos padres irresponsables y hasta vivales que quieren sin esfuerzo altas calificaciones para que sus hijos conserven la beca o para que bajo el pretexto de derechos SIN OBLIGACIONES de sus hijos, hacen la vida imposible a los docentes y trastocan la función de la escuela.

Desde luego que los menores tienen derechos inalienables. Pero son niños y niñas en formación que requieren construir una cultura social, ética, de respeto a la vida y comprensión del mundo que les rodea. Esto parece que se ignora o se soslaya o no interesa, pues la más leve exigencia del profesor puede declararlo culpable de acoso, de maltrato, de bulliyng, o de otros términos en el argot de los padres. No se pueden corregir, ni formar, ni atender contenidos actitudinales que el Plan de estudio establece porque todo se ha tergiversado. El maestro aparece como un sujeto jurídicamente indefenso, sin sustento para ejercer su profesión con seguridad, eficiencia y alegría. 

gilnieto2012@gmail.com

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