Parafraseando a Rafael Ramírez Castañeda, diremos que la principal tarea de la educación, de la cultura y particularmente de la lectura, está centrada en el cambio de la naturaleza humana, sin lo cual el advenimiento de una nueva sociedad será imposible. Su función es equipar a las nuevas generaciones con los instrumentos necesarios para acortar las brechas marginales y generacionales, para abrir caminos por donde el nuevo orden social puede transitar.
La lectura es una aventura por la vida, una revisión, una comparación, una transferencia, una transmutación de lo vivido por el lector, lo comprendido e interpretado en su experiencia, visto a través del planteamiento de otra vida y otros hechos. Vive en la lectura otras existencias, otras ideas, otras formas de interpretar el mundo que le rodean y se mira obligado a pensar y entender las diferencias y similitudes, las posibilidades y limitaciones.
El lector es un ser que asimila, que comprende y propone, aún cuando no esté consciente de este prodigio en sus momentos de lectura. Su mente se moviliza, se agudiza, se intercomunica. Entra en pleno proceso de saber, de aprender, de imaginar y crear. Se renueva, se proyecta, flexibiliza el pensamiento, incursiona en nuevas esferas del entendimiento y ensancha su naturaleza humana, siempre curiosa por conocer nuevas cosas y entender desde otras convicciones un mismo fenómeno: la vida.
Sin duda, la lectura es un ejercicio intelectual de gran significado. En ella el ser humano es libre, porque entiende la libertad como un estadio interior de la psique. Es feliz, porque comprende a la felicidad como un estado anímico que puede cambiar y ser mejor cada día. Es más sabio, porque está consciente de que es capaz de ejercer y reivindicar sus derechos a la vida, a la libertad, a la felicidad, a intervenir en el mundo que le rodea y transformarlo.
Con la lectura, no sólo aprende de otras culturas, de otras formas de pensar, sino que además interactúa con ellas. Conoce la diversidad y viaja en el tiempo y en el espacio, sin tener nave a la puerta de su casa. Sabe que la lectura le ofrece la oportunidad de reflexionar sobre sí mismo, su realidad, su contexto y la complejidad de su existencia. Se compenetra de su entorno, pero admira, comprende y desafía, otras latitudes que ensanchan su horizonte de vida.
Afirma el escritor peruano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, que «una sociedad sin lectura está condenada a guardar silencio ante los grandes problemas y desafíos de los tiempos actuales». Yo diría que se ha dado el reverso de la medalla: es una sociedad que expresa cosas insustanciales, lenta para entrar en la profundidad de los razonamientos y que utiliza el poder mágico de las redes sociales para externar sus resentimientos y amargura, ante un mundo que se siente incapaz de transformar.
Vargas Llosa, en su reciente libro “Elogio de la educación”, en edición de bolsillo de Taurus, México, enero 2016, nos explica a través de su experiencia como todo un eminente lector, lo que es un gran libro. «Para mí –dice–, un gran libro es aquel que se introduce en mi vida, perdura en ella y la modifica”. Y los que han leído algunos libros seguramente recordarán varios títulos que les causaron el efecto descrito.
Vargas Llosa continúa exhortándonos: «Un requisito indispensable para que un libro me hechice, es que no sea demasiado simple, que exija de mí un esfuerzo intelectual para poder apreciarlo». Más adelante enfatiza: «La literatura, a diferencia de la ciencia y la técnica, es, ha sido y seguirá siendo, mientras exista, uno de esos denominadores comunes de la experiencia humana, gracias al cual los seres vivientes se reconocen y dialogan… haciéndolos conscientes de un fondo común, de formar parte de un mismo linaje espiritual, trascendiendo las barreras del tiempo».
La lectura es la esperanza de un mañana luminoso. Porque la lectura conecta las mentes y hace fácil aquello que parecía complicado. En un mundo donde la barbarie ha asentado sus reales, el libro parece inofensivo. Frente a las armas y la intransigencia, el libro parece un papel sin utilidad, un perdedor de tiempo, un alentador de ilusiones y ensueños, que se rompen ante la agresividad palpable de la ignorancia y la violencia.
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