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Échate Para Delante

Superiberia

Si eres una mujer con ambición, lee este texto. Si eres una mujer que quiere trascender, lee este texto. Si eres una mujer que quiere dejar una buena huella, lee este texto. Porque como madres, esposas, profesionistas y miembros de la especie humana, nos falta mucho por recorrer. Mucho por hacer. Mucho por confrontar, tanto afuera como adentro de nosotras mismas. Hoy la realidad sin cortapisas es que los hombres todavía dominan al mundo. De los 195 países independientes en el planeta, sólo 17 son gobernados por mujeres. Las mujeres sólo ocupan el 20 por ciento de los asientos parlamentarios a nivel global. Sólo 21 por ciento de las 500 principales compañías del mundo son lideradas por mujeres. Y por ello, Sheryl Sandburg, la COO de Facebook escribe Lean In: Women, Work, And the Will to Lead. Un libro controvertido. Un libro provocador. Un libro necesario.

Porque la revolución en la equidad para las mujeres se ha detenido. Porque el famoso techo de cristal sigue allí, impidiendo el ascenso, obstaculizado el ingreso, manteniendo a las mujeres en el lugar donde la sociedad piensa que deben estar. Yo he presenciado estos eventos descorazonadores desde un lugar privilegiado, como maestra del ITAM, con maestría y doctorado de Princeton, con espacios como este para diseminar mis opiniones y presentar mi análisis. Y durante mucho tiempo pensé que el ascenso de las mujeres a posiciones de liderazgo en la academia y en la política y en la ciencia y en los negocios era sólo una cuestión de tiempo. Sin embargo no ha sido así. Con mucha frecuencia en ámbitos profesionales soy la única mujer en la habitación.

La promesa de la igualdad no se ha traducido en la realidad de la igualdad. Un mundo verdaderamente equitativo sería ese en el cual las mujeres estuvieran a cargo de la mitad de los países y las compañías y los hombres estuvieran a cargo de la mitad de los hogares. La pregunta se vuelve entonces: ¿cómo? Las condiciones para las mujeres mejorarán cuando haya más mujeres tomando decisiones por otras, dándoles voz, atendiendo sus preocupaciones, empujando sus metas, Y según Sandburg, eso sólo se logrará cuando las mujeres lleven a cabo una revolución interna. Es cierto: muchas mujeres enfrentan discriminación sexual, sexismo abierto o escondido, obstáculos tangibles al ascenso profesional. Enfrentan la falta de apoyo en el cuidado de los hijos o en el mantenimiento de la casa. Pero hay otro factor que también explica el rezago, el atraso, la falta de ascenso.

Tiene que ver con un obstáculo interno, una barrera que existe dentro de nosotras mismas. Nos detenemos – de maneras pequeñas y grandes – por la falta de confianza en nosotras mismas. Por la falta de coraje para alzar la mano, formular la demanda, hacer la pregunta, exigir la respuesta. Caminamos hacia atrás cuando deberíamos echarnos para delante. Internalizamos los mensajes negativos que recibimos a lo largo de nuestras vidas; esos mensajes que dicen que es malo ser más agresivas, más demandantes, más poderosas que los hombres sentados a nuestro lado. Disminuimos nuestras expectativas de lo que podemos alcanzar. Continuamos haciendo la mayor parte del trabajo del hogar. Vamos encogiendo nuestras expectativas profesionales para cederle lugar a nuestras parejas o a nuestros hijos. Comparadas con nuestros colegas masculinos, pocas aspiramos a las posiciones de mayor responsabilidad. Yo misma he cometido cada error en esta lista.

Y el argumento de Sandburg – el cual comparto – es que la única forma en la cual las mujeres de México van a avanzar es deshaciéndonos de esas barreras internas, desmantelando esos muros que cargamos dentro. Cuando empecemos a pensar y a actuar de otra manera. Cuando nos preguntemos: “Y qué pasaría si dejáramos de tener miedo”? Si decidiéramos tener la confianza suficiente para sentarnos a la mesa de negociación; la confianza suficiente para elegir al compañero y no sólo al esposo; la confianza suficiente para ser presidenta de una Universidad o CFO de una compañía o editora de un periódico. De lo que se trata es de reconocer la legitimidad de la ambición. La legitimidad de “echarse para delante”. Yo le debo a mi hija Julia el compromiso de seguir peleando para que la batalla por la equidad continúe. En las casas. En el Congreso. En las corporaciones. En cada lugar donde ella sea aplaudida por aspirar a más y no penalizada por ello. 

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