El Partido Acción Nacional vive la más severa crisis de su historia. Como es sabido, en otros momentos afrontó indisciplina, pleitos y escisiones, pero lo que vive hoy pone a esa formación política en trance, si no de extinción, sí de verse disminuida a una presencia meramente testimonial, como fue durante décadas el extinto Partido Popular Socialista o lo son ahora varios membretes sin más porvenir que la coalición con los fuertes.
Ese es el gran riesgo que corre la escuadra albiceleste: verse disminuida a ínfima secta donde los cofrades se disputen las migajas de lo que llegó a ser partido gobernante y que todavía hoy conserva gubernaturas, alcaldías de importancia y una buena cantidad de senadurías y diputaciones.
La tragedia es que el PAN, pese a sí mismo, todavía es un partido grande, pero se halla en proceso de verse reducido a casi nada y de paso propiciar que nuevamente el PRI tenga una estancia larga en el poder, pues por el otro flanco la antropofagia ya llevó a que las tradicionales querellas de la izquierda se convirtieran en una división franca del PRD.
El principal responsable de la atomización panista se llama Felipe Calderón Hinojosa. Fue él quien desde Los Pinos impúdicamente metió mano en el partido, una y otra vez quitó y puso dirigentes, pisoteó a los viejos clanes de sangre azul y ofendió de dicho y de hecho a quien no aceptara incondicionalmente sus ocurrencias, sus desplantes arbitrarios, su propensión al insulto…
Calderón consideró al PAN como una dependencia menor del Poder Ejecutivo, un espacio donde podía imponer su voluntad y ejecutar sus caprichos. El resultado es que ni siquiera entre los beneficiarios de sus dedazos hay consenso: unos quizá le sigan siendo fieles, pero otros han pintado su raya, más ahora que ya no tiene el poder nunca pequeño de la Presidencia.
La insatisfacción de las bases panistas se manifestó abiertamente en la Asamblea Nacional de la semana pasada, a la que llegaron los azules francamente menguados, pues según sus propias cuentas ya sólo disponen de 400 mil miembros, que sin ser pocos, resultan menos de la mitad de los que decían tener hace apenas unos meses.
En la pasada asamblea Javier Corral, tan hostilizado en el sexenio de Calderón, se levantó como un verdadero líder de las bases y logró que se aprobara por apabullante mayoría una propuesta suya: que los presidentes de los comités nacional, estatales y municipales sean elegidos por voto directo de todos los militantes, lo que implica una derrota para la actual dirección y para los grupos que desde siempre han manejado la vida del partido.
Desde luego, un partido digno de ese nombre ineludiblemente afronta roces internos y discordancias de muy diversos tonos. Pero una dirección legítima y capaz conduce el debate por caminos constructivos hasta llegar a acuerdos más o menos satisfactorios, pero acuerdos al fin, con la participación de las capillas, pero con el asentimiento de las bases. Esos son los retos. Veremos si el PAN es capaz de superarlos.