cd. de méxico.- Un pasaje del Popol Vuh habla de la casa de la oscuridad, de la quinta morada, aquella que los quichés llamaban Chayim-ha, la Casa de las Navajas, “[…] donde en todas partes había puntas de obsidiana de muy agudos filos, que estaban haciendo ruido refregándose unas contra otras”. Así era aquel
sitio de cortantes cristales que callaban o rechinaban conforme avanzábamos: “Allí se les acabó el tabaco que fumaban y el ocote con que se alumbraban Hun Hunapú y Vucub Hunapú”, los hermanos que habrían de ser derrotados por los señores del inframundo, según el mito que aparece en el libro.
Los túneles de una mina de obsidiana están fielmente descritos en esta narración indígena, la cual nos cuenta que para alumbrarse en el interior se empleaban antorchas de ocote, de chab, como llamaban los mayas a esta resina que se obtiene del pino. Pude entonces imaginar las duras condiciones de trabajo de quienes se encargaban de desprender los bloques de obsidiana en las minas, empleando para ello hachuelas de piedra y palancas de madera. Penetrar en un túnel requiere de esfuerzo y precaución considerables.
He recorrido cerca de una docena de ellos en las minas del Pico de Orizaba. Algunos son bastante cortos, otros, en cambio tienen más de 70 m de profundidad. En unos se puede avanzar de pie, pero casi todos los demás son bajos, tanto, que en ciertos puntos hay que avanzar a gatas y sólo en tramos cortos se puede uno incorporar. Tales condiciones, cuando las piedras que cubren el piso, las paredes y el techo son afiladas y agudos los cristales, hacen que, a pesar de todo el cuidado que tengamos, muchas veces advirtamos, al salir a la luz del día, que tenemos las manos cortadas, la cabeza sangrando o la ropa rasgada. En ocasiones ni una gruesa indumentaria nos salva de cortadas en la piel.
En la época prehispánica, cuando la vestimenta apenas tapaba el cuerpo, dejando al descubierto piernas y brazos, cuando no existían los cascos, trabajar en estas minas debió de ser labor de hombres recios, de piel curtida como el cuero, de músculos fuertes como el hierro y de una resistencia poco usual ahora. A los peligros de cortadas y desprendimientos, debemos agregar el enorme frío y la altitud, de más de 3 mil 600 metros sobre el nivel del mar, que enrarece el aire y hace que la fatiga aparezca rápidamente.
A pesar de que sin duda estaban aclimatados y de la posibilidad del uso de protecciones que hoy desconocemos, hablamos de un sitio tan poco habitable que ningún pueblo del México actual se ha fundado a estas alturas. Las antorchas probablemente estaban hechas con maderas y resinas que no desprendiesen demasiado humo o de otra manera las intoxicaciones en los estrechos pasadizos debieron ser frecuentes. De cualquier forma, estar varias horas al día en un sitio así tuvo, necesariamente, que ocasionar graves daños a los pulmones. La vida de estos trabajadores debió de ser corta.
Las minas del Pico de Orizaba tuvieron gran importancia para la economía de la región central y de la costa oriental de México. La ubicación de las recientemente descubiertas ruinas de Cantona nos hace pensar que la prosperidad de este sitio tuvo mucho que ver con el control de la obsidiana proveniente de estas minas.
Más aún, es muy posible que Cantona haya contribuido a la caída de la urbe más grande de Mesoamérica, al convertirse en una competidora de Teotihuacan, sitio que también debió mucha de su prosperidad al control de la obsidiana y a la fabricación de objetos con este material. En nuestro país hay minas de obsidiana en los estados de Jalisco, Querétaro, Hidalgo, Puebla, Michoacán y Veracruz. Esta también sirve para fechar los sitios arqueológicos mediante el grado de hidratación o absorción de humedad de la piedra.
Los estudios de la obsidiana mesoamericana son numerosos y hoy se emplean técnicas avanzadas, tales como la activación neutrónica, que permite determinar los elementos presentes, y el análisis por fluorescencia de rayos X, mediante el cual se puede diferenciar la procedencia de la obsidiana hallada en un sitio arqueológico y con ellos inferir posibles contactos políticos o comerciales entre dos regiones. Gracias a esto sabemos que la obsidiana del Pico de Orizaba se usó al menos desde hace 5 mil años en la zona de Tehuacán; sabemos que en el período Clásico llegó hasta Guatemala y que en el Posclásico surtió algunos talleres mexicas pueblo que tuvo especial interés en conquistar la región (cuya cabecera estaba en Cuauhtochco), una vez que Moctezuma Ilhuicamina la sometió a mediados del siglo XV, y obtuvo el control de las minas.
Pero las áreas que aprovecharon la materia prima de estos yacimientos durante más de 4 000 años fueron la costa del Golfo y la zona de Cozca-tlán y Tehuacán. Se instalaron puntos de control en los sitios de Calcahualco y Coscomatepec, Veracruz, así como en La Mesa y Cantona en Puebla, todos ellos rutas de paso de la preciada piedra. Más allá, en las ricas zonas agrícolas de las llanuras del Jamapa, en el Papaloapan (cuenca alta y baja) y en el río Blanco, las poblaciones montaron estratégicos talleres para fabricar todo tipo de productos de obsidiana, tanto utilitarios como rituales y artesanales.
La piedra del rayo, como se le conoce hasta la actualidad en distintas zonas de Mesoamérica también se empleó con fines medicinales. Sahagún rescata uno de estos remedios que dice que las cataratas de los ojos de curaban aplicando polvo de obsidiana.
Un método drástico y peligroso, de cuya efectividad para ciertos casos no dudamos, pero que en otros nos hace sospechar que debió provocar ceguera permanente. Hoy contamos con más información acerca de las minas del Pico de Orizaba. Allí desarrolló el INAH un importante proyecto a mediados de los 80, en el que participaron, entre otros, los arqueólogos especialistas en estudios de obsidiana Alfonso Rodríguez y Alejandro Pastrana bajo la dirección de Pedro Reygadas.
Afirman que la obsidiana fue el acero prehispánico. Las puntas de proyectil, los raspadores y los cuchillos, hechos mediante la técnica de percusión, son algunos de los productos más notorios.