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Volver a los Leones de Xichú

Superiberia

 

Pasar por penurias en la vida es un peso adicional al ejercicio de sacar adelante la existencia en este tiempo empavorecedor. Quien esto escribe es una delirante lectora infatigable de periódicos. Creo que sólo por eso no me gustaría morirme, porque allá arriba no habrá diarios, por supuesto, y las lecturas sacras francamente congelan a cualquiera por hastiantes. Pero quién sabe qué será peor, si eso o la información de cada plana exponiendo la muerte como las irremediables horas últimamente volando. Por eso entiendo tantísimo los relatos de las infancias de los grandes escritores. No sé si Proust o Nabokov me son tan irremplazables, precisamente por como me cuentan su niñez: los cuartos de juegos… una vez visité el salón de clases de los niños de hacendados pudientes de antes de la Revolución… creo que era en la hacienda de Lechería… fueron impactantes los pupitres pequeños uno al lado del otro, la ventana viendo al campo, el pizarrón y los libritos en una mesa todavía como si los chiquillos fueran a entrar de la hora del recreo. Para mí el pasado es la palabra maravilloso, los padres, los abuelos, las recámaras con muchas camas llenando aquellas alturas del techo con vigas… los recipientes para lavarse en la mañana: el aguamanil, la jarra, la jabonera y, colgadas a los lados, las toallas. Ya en mis propios recuerdos me acuerdo cómo las nanas colocaban en la piesera de la cama la ropita que nos íbamos a poner al día siguiente. En aquellos aposentos enormes con balcones de la estatura de los humanos y los cerros cambiando el color, el silencio del aire, las vacas caminando rumbo a los pastos y mugiendo casi fúnebres. Uno ha vivido eso y ya no se acuerda, y de pronto descubrimos que es el antídoto para estas tormentas del mundo final que nos tocó vivir. No sé tú, cantaba Luis Donaldo, pero yo no salgo de las huertas de manzanas y nueces, del tanque de agua en medio de las rosas a donde nos metíamos a nadar en un agua café, clásica de Guanajuato en aquel entonces, de la colación en muñequitos de porcelana después de romper la piñata. Las posadas en la casa de las Rodríguez, las hijas de Luis I, que era el gobernador, como un caleidoscopio sensacional de velitas y risas, mejores tal vez porque sucedía en un pueblo recoleto de antes, porque las posadas de mis primas, las Herrera Mendoza, tenían lo suyo en la calle de Álvaro Obregón (me acuerdo que colgaban del techo ratones de chocolate) y el juego de las escondidas significaba oler flores escondidas arrodilladas entre ellas. ¿Qué tiene que ver aquel paraíso con lo leído al amanecer, tomando café calientita con el lomo de los perros? Yo hoy iba a escribir de los Leones de Xichú, emperadores del huapango arribeño, divinos músicos provincianos conocidos mundialmente, originarios principescos de una ciudadita perfecta en la Sierra Gorda, allá en mi tierra, llena de árboles que aroman, de hachones encendidos antes de que atestiguara la instalación de la luz eléctrica… los Leones de Xichú aparecían en el atrio de la iglesia y nos obsequiaban un concierto inmaculado, una llamarada de luces y sonidos, voces campiranas contándonos cosas de amores, de soledades y cauterizando un poco mi corazón eternamente enamorado y “deshecho entre tus manos”. Los bravos Leones de la Sierra Xichú se presentarán hoy en la noche en el Teatro de la Ciudad. Porque tengo la pata chueca y no puedo ir sola, seguiré en la desdicha con el pasado íntegro.

 

*Escritora y periodista

 marialuisachinamendoza@yahoo.es

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