Ya comenzaron las Posadas, folclórica tradición que traslada no sólo a lejanos paisajes bíblicos, sino a recuerdos melosos de la infancia, identificados con la época considerada por muchos como las más amable del año.
En México es toda una fiesta pasear los peregrinos —las figuras del carpintero José y su mujer María montada en un borrico—, cantar de puerta en puerta pidiendo hospedaje para ambos y después disfrutar del recibimiento a “la hermosa María, flor de Galilea”, como reza el villancico.
Sin embargo, más allá de lo bello del ritual, el peregrinaje de María y José tiene un significado de tragedia que se repite hasta la actualidad: la migración de personas y los peligros que ésta conlleva. Los peregrinos de Belén fueron migrantes en su tiempo histórico, pues durante nueve días caminaron desde Nazaret hasta Belén Efrata para empadronarse en el censo ordenado por el imperio romano, y llegaron a un sitio donde eran extraños y no tenían un lugar para hospedarse. .
Los villancicos cuentan, y cantan, las dificultades de la pareja para lograr conseguir un lugar donde descansara la parturienta esposa del carpintero y luego de tocar muchas puertas sólo lograron conseguir un establo, donde nació el profeta Jesús.
La carga simbólica de la historia es tremenda: el niño nace en la periferia, no alcanza ni siquiera una cuna convencional, sino que reposa en un pesebre y por calefacción tuvo los humores de las bestias ahí resguardadas.
Ese niño marginal, junto con sus padres, en poco tiempo pasaron de ser migrantes internos —es decir, de movilizarse en su región— a ser expatriados, refugiados políticos, cuando debieron huir a Egipto para evadir la sentencia de muerte que el rey Herodes El Grande lanzó contra el pequeño al que no conocía pero veía como una amenaza de su trono, de acuerdo a las profecías interpretadas.
A dos mil años de aquel suceso que hoy se adorna con esferas, escarchas, golosinas y cánticos hermosos, el mismo sigue repitiéndose con miles y miles de personas que deben migrar para salvar la vida.
Es la parte que no se quiere ver de la fiesta navideña porque notarla es estropear las tertulias, las vastas cenas, los turrones y los brindis. Es mejor que esa catástrofe humanitaria siga escondida entre oropeles. Vaya paradoja, nos entristecemos porque a María no le daban hospedaje en Judea y porque su hijo tuvo que nacer en un muladar —que en los Nacimientos se disimula con suaves algodones— pero cerramos los ojos a los peregrinos de la actualidad, esos que pasan frente a nuestra puerta.
Y al hablar de peregrinos la referencia es concreta y puntual hacia los migrantes, tanto los de la propia tierra como los extranjeros que cruzan nuestro territorio. Esas personas que deben dejar sus lugares de origen y trasladarse a otro punto geográfico para buscar mejores condiciones de vida —por razones económicas— o para salvar la existencia misma —huyendo de la represión política, de la violencia generada por el crimen organizado y las guerras o de las catástrofes naturales-.
Ellos son los peregrinos de nuestros días y Veracruz es tierra de peregrinos tanto porque son muchos sus habitantes que se van para escapar de la pobreza y de la ola de violencia que asola el territorio como por aquellos que tienen que transitar por la entidad, los migrantes indocumentados que vienen del sur, de países centroamericanos.
Para ellos la situación es mucho más difícil porque tienen que cruzar por Veracruz que es una trampa mortal que tamiza el flujo de personas. Se calcula, según algunas investigaciones, que de cada tres migrantes que pasan por el país sólo uno llega con vida a la frontera con Estados Unidos.
El 60 por ciento queda atrapado en México, no solo por ser detenidos y deportados, sino porque muchísimos son secuestrados, esclavizados en plantíos y fábricas de estupefacientes de los cárteles del narcotráfico o son asesinados y sus cuerpos desparecidos, ya sean en fosas clandestinas o desmembrados y deshechos en ácido.
En esta depuración mortal, Veracruz es el peor lugar de todos los estados ya que la colusión entre autoridades y criminales es una verdadera telaraña que atrapa a los migrantes para ser literalmente devorados.
Los peregrinos migrantes, e indocumentados en su mayoría, son los pobres entre los pobres y los desamparados entre los desamparados porque no tienen un Belén a dónde llegar y ni siquiera un establo dónde reposar sus cuerpos cansados.
Esa es la cruda realidad para miles de personas en tránsito, y de ahí que algunas corrientes al interior del Cristianismo, concretamente de la Iglesia Católica, se pronuncian porque en este período en que se recuerda el caminar de José, el carpintero, y su esposa María, sea una etapa de reflexión y compromiso con las personas que emigran al igual que lo hicieron los padres del profeta.
El pastor o sacerdote que en estos tiempos navideños llame a “limpiar” el espíritu, a reconciliarse con el prójimo y a “recibir al niño Jesús en su corazón”, pero omita pedir la solidaridad para con los peregrinos modernos, llamar a que se reciba y se auxilie a los migrantes, es un falso profeta. Así de simple.
Por cierto, en Europa hay una vieja tradición en este tema y que algunas familias todavía la conservan. Se llama el “sitio vacío” o “el plato adicional” que es un lugar en la mesa familiar durante la cena de Navidad para recibir y alimentar al peregrino, aquella persona que no tiene con quién pasar la Nochebuena que es un caminante en tierra extraña.
Tal costumbre viene de la Segunda Guerra Mundial cuando la miseria y la persecución eran lo cotidiano en los países europeos.
En muchos hogares franceses, sobre todo los de los abuelos a los que les tocó vivir el período de postguerra, el 24 de diciembre hay una silla adicional en la mesa para acoger al peregrino. Algo que es meramente simbólico pues en realidad son pocas las personas que en realidad abren sus hogares al desconocido y desamparado.
PINO DE LA VERGÜENZA
En este mismo tema de las festividades navideñas, hay que destacar —lamentablemente— la decadencia de Córdoba como urbe bien avituallada. No son pocos los cordobeses que están avergonzados de los adornos navideños colocados en la vía pública por el Ayuntamiento que encabeza el panista Tomás Ríos Bernal, comenzando por el pino insulso que volvió a repetir en la explanada del parque 21 de Mayo.
Algunos le llaman el “árbol de la vergüenza” y otro “el pino de las bolas”, y no por las formas esféricas que tiene ese adorno sino porque quienes los pusieron son unos “boludos”, como dirían los argentinos. Es inconcebible que Ríos Bernal gaste dinero a manos llenas en asuntos irrelevantes más que en promover una buena imagen de la ciudad.
Es verdad que algunos pueden decir que los adornos navideños son asuntos frívolos, pero no es así, el asunto es de forma, pero también de fondo.
Es como cuando alguien adorna su casa en tiempos especiales buscando agradar la vista y ofrecer confort. Es decir, buscando ofrecer un lugar digno de los cordobeses y visitantes, pero hoy la ciudad con tales adornos insípidos no es otra cosa que un espejo de la administración municipal: sosa, sin imaginación, sin voluntad por mejorar, estancada en un concepto pueblerino. Eso es lo que revela la ornamentación navideña tan jodida.
SALA REGiNA
Ayer se notificó en el Congreso local que la sala de prensa de ese recinto llevará el nombre de la extrañada periodista Regina Martínez, asesinada en el 2012. Es verdad que Regina hacía parte de su quehacer informativo en la sede parlamentaria y fue una de las cronistas más avezadas en el tema legislativo.
Es cierto, también, que la petición para que el área de prensa tuviera su nombre fue hecha desde hace tiempo por los compañeros que cubren esa fuente. Lo que no se debe permitir es que eso se tome de pretexto para hacer una suntuosa ceremonia con la asistencia de los políticos que tanto criticó y documentó Regina Martínez, los cuales sólo buscan posar para la foto y dar la impresión de que con ese acto se lavan la cara.
Se sabe que el gobernador será uno de los invitados para develar la placa alusiva.