NUEVA YORK.- El principito de Antoine de Saint-Exupéry es considerada una de las obras literarias francesas más importantes, y no es para menos. Bajo su aparente fachada de trabajo meramente infantil, yacen múltiples lecturas que lo hacen un libro reflexivo, acorde a las temáticas que generalmente busca el
público adulto. Esa dualidad es conservada en esta estupenda adaptación fílmica animada, la cual, a pesar de las diversas libertades que toma, jamás se sitúa al margen de la intención original de Saint-Exupéry. Una mujer desea obsesivamente que su hija sea admitida en una escuela de prestigio. Para ello, diseña un complejo itinerario que la pequeña deberá seguir todos los días del verano, y que contempla las horas de estudio y hasta los escasos minutos para tomar alimentos. Un día, la niña se encuentra a su vecino, un viejo aviador que comienza a contarle historias sobre un principito que conoció cuando se quedó varado en el desierto después de estrellar su avión. A partir de ese momento, dos líneas narrativas son desarrolladas de manera paralela: la de la niña y la del principito, cada una con un estilo específico de animación. La madre y la niña sirven como recipientes de distintos puntos del texto original. El ingreso forzado al mundo adulto que quiere desencadenar la primera sobre su hija, es propuesto cuando no han transcurrido ni cinco minutos.