Ha pasado más de un mes desde que ocurrió la fuga. Sobra decir de cuál hablamos. Y no sólo porque literalmente representa la huida del criminal, decimos, más buscado y famoso del mundo, sino porque también con su escape se fueron condiciones favorables para un Gobierno Federal que no sale de una, cuando ya está metido en otra. Fue un hecho que convocó involuntariamente al consenso de cómo se vivió y se sintió la todavía increíble fuga.
Más de un mes y poco se ha avanzado. Sí, poco. Absurdo resultó que después del 11 de julio se aprobara su extradición. Ya para qué, lo que urge ahora es encontrarlo. Pero una de las cosas que más nos ha llamado la atención, es que en diversos trabajos periodísticos se da cuenta de la forma en cómo se ve a Joaquín Guzmán Loera, y que dice mucho del papel que tiene dentro de una coyuntura por demás complicada, hablando exclusivamente de los temas de seguridad nacional y narcotráfico.
“don Joaquín”, así le llama hasta su abogado. Hace un par de días, Ciro Gómez Leyva entrevistó en la radio a Juan Pablo Badillo Soto, el abogado que se encarga de defender a El Chapo. ¿Quién estaría dispuesto a echarse encima un caso como ese? ¿Por qué tener algo así entre manos cuando no puede ni tener comunicación con su cliente? Llevaba el caso, pero dice no haber tenido contacto con su cliente desde hacía cuatro o cinco meses antes del día de la fuga. “don Joaquín”, con ese respeto. Y no es el único. Hace unas semanas, Carlos Loret de Mola, quien tuvo acceso a los videos de vigilancia del momento del escape, así como de días previos, relató sobre el ruido que los demás presos escucharon en el mismo pasillo en el que estaba El Chapo, ruidos que les dijeron eran trabajos en el sistema de drenaje. Jesús Lemus, quien escribió Los Malditos, una crónica en la cual nos narra la vida en el interior del penal de Puente Grande, donde estuvo preso injustamente, recopiló información sobre cómo era el comportamiento de este preso en particular, aunque no convivió con el líder del cártel de Sinaloa, así como el de las autoridades: “Le pedían opinión para hacer la comida (…) ordenaba lo que se le antojaba, con eso se ganaba a la población. Había veces que le decía al comandante de compañía que no hicieran de comer aquí. Les daba descanso a las cocineras y entonces mandaba traer de fuera. Se hacían unos méndigos pachangones en el patio, porque cuando mandaba traer de fuera siempre pedía borrego o carnitas y en el patio se ponían los cazos y las ollas de carne y todo mundo contento…”, fue algo de lo que escribió en su libro. Es “don Joaquín”, pues, el mismo que su abogado, según lo escuchamos en la entrevista, defiende con todo el fervor profesional posible. Duro para hablar de razones, inteligente para no decir más de la cuenta, tajante cuando no quiere hablar de algo en particular.
De ese calibre es la percepción en torno a El Chapo. De ese tamaño es el narcotráfico, una actividad que seguirá dando nombres y personajes de esa dimensión (porque genera dividendos de esa dimensión) hasta que se tome en serio la tarea de enfrentarlo por todos sus ángulos. Se estima que en cinco años, Estados Unidos habrá legalizado el consumo de la mariguana en todo su territorio. Hasta ahora lo han hecho bien, y como reza el lugar común: ellos ponen los consumidores, nosotros los muertos. Porque aquí no somos capaces ni de sentarnos en serio para hablar de la posibilidad. Es irónico cuánta hipocresía genera este debate en México, pero, por el contrario, de qué forma algunos personajes hablan de “don Joaquín” (y no sabemos, en privado, cuántos políticos también lo harán). Y es que la ausencia de una mesa de discusión sobre el tema de la legalización nos está condenando a que sigan apareciendo más y más personajes como éste.