MOSCÚ.- El derribo hace un año de un avión malasio con 298 pasajeros a bordo sobre una zona de Ucrania controlada por los separatistas prorrusos, marcó un antes y un después en las relaciones entre Rusia y la Unión Europea (UE), enfrascados desde entonces en una guerra de sanciones.
A pesar de la entonces reciente anexión de Crimea, Europa, con Alemania al frente, se resistía a declarar una guerra económica al presidente ruso, Vladímir Putin, consciente de que sus propias empresas, muy activas en el mercado de Rusia, saldrían perjudicadas del envite.
Estados Unidos llevaba tiempo presionando a los Veintiocho para que adoptaran medidas económicas contra Moscú por apoyar a los sublevados ucranianos más allá de meras palabras.
Washington consideraba probado que el Kremlin suministraba armamento a los rebeldes y apuntaba a que soldados profesionales rusos podrían estar combatiendo junto a las milicias separatistas.
Hasta entonces, las sanciones europeas se limitaban a listas negras que prohibían la entrada en la Unión a ciudadanos rusos y ucranianos considerados responsables de la inestabilidad en Ucrania, y congelaban sus activos en territorio europeo.
Aunque la Comisión Europea ya trabajaba antes de la caída del avión en una propuesta de sanciones económicas, el 17 de julio de 2014 lo cambió todo.