México.- El mundo de hoy nos ofrece la posibilidad de “trabajar con Google por la mañana” y al llegar a casa “escribir una publicación en Facebook contra el capitalismo” pero ¿esto significa que tenemos libertad?, se plantea el israelí Nir Baram, quien presenta su novela La sombra del mundo.
El capitalismo demanda tu talento, pero no tus creencias políticas, algo “único” en una generación que se ha visto empujada a interactuar con aquellas fuerzas con las que no está de acuerdo, todo con tal de “vivir y sobrevivir”, afirma el autor (Jerusalén, 1976) en una entrevista.
Después de que su novela anterior, “Las buenas personas”, versará sobre un régimen totalitario —el del nazismo— donde “el individuo no tiene ninguna libertad”, Baram ahora se plantea en esta novela cuáles son las ataduras, en principio invisibles, en las democracias actuales.
Y lo hace a través de varias líneas narrativas, que dan voz tanto a los poderes que se mueven tras la globalización como a los movimientos sociales de protesta, planteando un escenario donde “la libertad política es de alguna forma contradictoria con la ocupación laboral de la mayor parte de los personajes”.
En las conversaciones con su propio grupo de amigos, Baram comenzó a observar que no creer en aquellos para quienes se trabaja se ha convertido en algo habitual y que se toma “sin sorpresa” para esta generación.
Una “división” de conciencia para la cual no había lugar anteriormente, cuando era inconcebible que, por ejemplo, si eras comunista, trabajaras para un banco, opina el escritor.
Ha cambiado la mentalidad, pero también la forma de enfrentarse al sistema.
“Fuimos criados en una sociedad donde nuestros padres nos enseñaron qué hacer si queríamos ser buenos ciudadanos; participar en movimientos juveniles, protestas, manifestaciones, pero vimos que en los últimos 50 años nada de lo que hicimos cambió las cosas realmente”, apunta el israelí.
Por ello, en La sombra del mundo desarrolla una trama a partir de un grupo de jóvenes que planean una huelga global pero que no creen en los métodos empleados en las protestas pacíficas, sino que optan por otros que pudieran considerarse “irrespetuosos o peligrosos”, como la destrucción de museos y galerías de arte.
A pesar de que “hemos decidido que las protestas contra el capitalismo no sean violentas”, Baram dice que no está “seguro” de que este aspecto se mantenga en las siguientes décadas.
“Creo que la cuestión de la violencia será mucho más evidente”, afirma, matizando que como escritor no legitima esta vertiente, sino que simplemente lanza esta reflexión para el lector.
En su país se ha ganado el no ser “buen amigo del Gobierno”, como él mismo reconoce, por sus opiniones políticas en contra del Ejecutivo “en todo lo que hace”, sobre todo en el tema de la ocupación.
Respecto a la democracia en los países capitalistas, Baram proclama frases categóricas, como que está convencido de que “las elecciones no tienen ningún sentido” en países como Estados Unidos, dado que los individuos “no pueden cambiar su posición” a través del voto.
Aunque haya alternancia entre gobiernos conservadores y progresistas, “la brecha entre pobres y ricos se ha mantenido estable todo el rato, así que algo en el sistema democrático no está bien”, por eso se da la necesidad de crear un “mecanismo totalmente diferente”, considera.
Habla también de la “interesante y diabólica” dinámica del capitalismo, que absorbe toda la energía que se vuelca en su contra para hacerse “más fuerte y sofisticado”, dejando a los ciudadanos exhaustos y sin obtener ningún resultado.
“De ahí es donde viene el libro, de la desilusión, la decepción, y de tratar de pensar realmente desde el comienzo; no vamos a hacer otra protesta de tiendas de campaña detrás de Wall Street, señala Nir Baram.