No es sorpresa enterarse de que cuando Pablo Picasso conoció a Lee Miller, saltaron chispas: de él se podría decir que era el pintor más importante del siglo XX, y ella tenía una vida igualmente extraordinaria como modelo, fotógrafa surrealista y corresponsal de guerra. Ahora su amistad es tema de una exposición en la Galería Nacional del Retrato de Escocia.
La pareja se conoció probablemente en algún momento entre 1929 y 1932, cuando Miller tuvo una aventura romántica con Man Ray, amigo de Picasso. Además de captar algunas imágenes fascinantes de la belleza estadunidense, Man Ray impulsó a Miller en su propia senda artística.
Miller y Picasso en realidad no tuvieron una relación hasta que se reunieron en 1937, en unas vacaciones en la playa, en el sur de Francia, relata Antony Penrose, hijo de Miller, quien, después de descubrir una enorme colección de fotografías empolvadas y olvidadas en el ático de su casa luego que ella murió, en 1977, se lanzó a restaurar su fama. Ahora dirige los Archivos de Lee Miller, y de la vasta sección de fotografías de Picasso —unas mil 100 en total—, ha ayudado a seleccionar 100 para la muestra. Se les presentará junto con su (bastante más abstracta) imagen en espejo: los retratos que Picasso pintó de Miller.
Al preguntarle si pudo haber un romance entre ellos, Penrose responde con entusiasmo: Oh, sí, claro. Definitivamente. Esto, pese a que Miller vacacionaba en la villa de Picasso en Mougins junto con su amante Roland Penrose, más tarde su marido, padre de Antony y biógrafo del pintor. Otros del círculo íntimo eran la amante de Picasso, Dora Maar; Man Ray, el ex de Miller, y la nueva pareja de éste, Ady Fidelin.
Todos se compartían unos a otros; intercambiaban parejas con fluidez y sin celos, y se divertían mucho haciéndolo, insiste Penrose. Miller era el alma y corazón de las excéntricas reuniones; su belleza de chica de portada de Vogue capturó el famoso ojo perspicaz de Picasso.
Claro que era muy bella, pero eso en sí mismo no le bastaba a Picasso, sostiene Penrose. Lo importante es que tenía esa tremenda calidez de personalidad; era la persona que siempre hacía reír a todos. También tenía un ingenio rápido, muy estadunidense: la famosa salida mordaz neoyorquina, el comentario punzante.
Sea que hayan tenido un idilio de vacaciones o no, sin duda ella se volvió una musa temporal para él: Picasso pintó una serie de seis coloridos retratos de Miller, uno de los cuales —Retrato de Lee Miller como La Arlesiana— fue adquirido por Roland Penrose para ella. Solía colgar en la casa de ambos; ahora formará parte de la exposición. La amistad de Miller y Picasso sobrevivió por años.