Por Andrés Timoteo / columnista
500 AÑOS DE VERACRUZ
La ciudad de Veracruz llegó, el pasado lunes, a sus primeros 500 años de existencia siendo la urbe de entrada y pilar de la Nación. Fue la puerta a la mezcla de culturas -la indígena, la europea y la africana- y una de las llaves, prodigiosa por mucho, al continente americano. No importa si fue el primer Ayuntamiento fundado en la plataforma continental, sino que hoy es la ciudad más brillante y aventajada de todos esos lugares que se disputan tal primicia.
Sin Veracruz no se explica la historia nacional y la ciudad misma ha sido a lo largo de cinco siglos territorio de apertura y tolerancia. El puerto fue y sigue siendo ejemplo de diversidad, de aceptación y de irreverencia. El albur jarocho no es nuevo y es universal, la palabrería de calle no asusta a nadie y el bullicio es el sello. Los carnavales desde la época colonial han sido espacios de catarsis y expresión política.
Veracruz es una ciudad de mar, de son y de doble sentido, dicen los poetas. Pero también es mucha ciudad para tan poco gobierno, pues ha sido maltratada por los gobernantes en su historia reciente. La ciudad posee un centro histórico bellísimo que está en ruinas. En eso no le pide nada a Cuba ni a ciudades del Medio Oriente que lucen edificios destruidos, aunque la diferencia vergonzante es que acá no hay guerra ni bloqueo económico de 50 años que justifiquen el abandono y desmoronamiento del casco viejo.
Los alcaldes de los últimos 30 años han sido verdaderas calamidades, cómplices del abandono de los edificios históricos y saqueadores del presupuesto que debió ser usado en su conservación. La clase empresarial también es corresponsable del abandono por esa visión tan bisoña de no invertir en rescatar las bellezas arquitectónicas. Los empresarios porteños, sean o no propietarios de inmuebles en el casco viejo, están tan limitados en sus miras que no entienden que tener edificios antiguos a buen cuidado cuadruplica o quintuplica el valor de los mismos.
En Cartagena de Indias, la ciudad-joya de Colombia y ciudad de mar al igual que Veracruz, la iniciativa privada es la impulsora de la conservación de la ciudad y su guardiana más celosa. Allí, los empresarios son sabedores del tesoro que tienen y que atrae turismo internacional a raudales.
En ese destino caribeño, no sólo son las playas sino la ciudad misma es la que enamora a los extranjeros. Veracruz podría ser igual, aunque ahora sólo es atractivo como escenario de películas de guerra, porque los productores ya no necesitarán invertir en recrear los edificios y calles bombardeadas. Pena ajena.
CIUDAD MAL CONTADA
La tolerancia es tanta en la ciudad que hay un fraccionamiento cuyas calles llevan los nombres de los conquistadores españoles, una avenida se llama Hernán Cortes, otra Cristóbal Colón y otra más Juan Pablo II. Una playa se conoce como Penacho del Indio, una colonia es el Médano del Perro y otra playa es identificada como “Del Muerto”, aunque algunas autoridades intentaron cambiarle el nombre popular.
El festejo de los 500 años debió ser algo magno, pero quedó reducido al jaloneo político entre el ayuntamiento y los gobiernos estatal y federal. Nadie hizo su parte y la conmemoración se limita a fuegos pirotécnicos: una estampilla postal, una sesión parlamentaria, unos conciertos musicales y algunos homenajes públicos, cuando debió impulsarse una fiesta nacional con actividades durante todo el 2019.
Le apostaron, convenientemente, al falso debate de que son 500 años de conquista, cuando la conmemoración es que son cinco siglos de vida de una de las ciudades más ricas, boyantes y legendarias de América. Era el momento para destacar cada uno de los siglos vividos, apostarle a la recreación histórica y destacar esos eventos que marcaron la urbe en el imaginario colectivo.
Desde la presencia de Cortés con sus galeones, hasta cuando Veracruz fue sede presidencial, lugar donde Benito Juárez y Venustiano Carranza gobernaron a la nación y expidieron leyes. Todo pasando por esos protagonistas que alimentaron la leyenda como Chucho El Roto y la Mulata de Córdoba quienes, junto a otros personajes de época, fueron prisioneros en San Juan de Ulúa.
La emperatriz Carlota que llegó y partió, ya enloquecida, del puerto. Los piratas Lorencillo -que en realidad se llamaba Laurens de Graaf- y Miguel de Grandmont que en 1683 invadieron la ciudad, encerraron a los adinerados en la catedral de Nuestra Señora de la Asunción, y saquearon sus peculios. Hasta el presente, luego 300 años, todos saben quién fue Lorencillo y no pocos siguen buscando el tesoro que habría enterrado en algún punto del litoral.
Toña La Negra, Agustín Lara -que quiso ser porteño- Miguel Lerdo de Tejada, Francisco del Paso y Troncoso, Salvador Díaz Mirón, Esteban Morales, Francisco Javier Clavijero, Manuel Azueta, Beto Ávila, Manuel Gutiérrez Zamora y tantos más que conforman el acervo humano a presumir en este medio milenio.
A Veracruz lo retratan sus edificios y plazas, pero también los personajes que tejieron su historia. Hoy, a 500 años, la ciudad está descuidada, pero también mal contada. Y no es que falte talento para hacerlo, lo que sobran son líderes -políticos y empresariales, apocados y con miras limitadas.