México.- El 2 de Octubre de 1968, en la Plaza de Tlatelolco o de las Tres Culturas se congregaron casi 50 mil estudiantes. Pero no hicieron sino caer en una emboscada, pues de todas las calles convergentes aparecieron las fuerzas del Ejército, rodeando la plaza. Se disparó una bengala… y la matanza comenzó.
Los soldados empezaron a disparar indiscriminadamente contra los allí presentes, mientras los estudiantes huían aterrorizados. Casi 400 estudiantes murieron aquel día, y más de mil resultaron heridos de gravedad.
Se quemaron gran parte de los cadáveres y los heridos fueron llevados a hospitales militares para ocultar la verdad. Ya de noche, los Bomberos y la Policía se encargaron, con chorros de agua a presión, de lavar todas las huellas del magnicidio en aquella plaza, dejándola impoluta para la mañana siguiente.
Tantos años después, aún no se sabe de dónde partieron las órdenes. El presidente mexicano de aquellos momentos, Gustavo Díaz Ordaz, al parecer pidió la presencia militar en la plaza, pero fue el Comando Supremo de las Fuerzas Armadas quien ordenó el fuego. Todos los documentos de aquella matanza se quemaron o no aparecen. El presidente mexicano, Díaz Ordaz, ya murió; su sucesor, Echeverría, dice no saber nada. Sólo ciertos documentos de la CIA, el FBI, la Casa Blanca y el Pentágono, parecen arrojar algo de luz sobre el asunto.
INVESTIGACIÓN
El Pentágono había enviado durante 1968 a México expertos en luchas antisubversivas para enseñar a los militares mexicanos.
Hay documentos en los que Echeverría, secretario de Gobernación durante el Gobierno de Díaz Ordaz, y sucesor en la Presidencia del mismo, indicó a la CIA que la situación se controlaría en poco tiempo.
Según la CIA, el Gobierno mexicano había arreglado con algunos de los líderes estudiantiles una falsa acusación por la que dirigentes políticos contrarios al Gobierno eran los que andaban detrás de las revueltas estudiantiles Se han contabilizado cuatrocientos muertos, ateniéndose a las cartas de denuncias de desapariciones de decenas de madres, pero nunca podrá llegarse a saber la cifra exacta de aquel desastre. Desde entonces, cada 2 de octubre, en la plaza, estas madres se manifiestan portando las fotos de sus hijos desaparecidos al grito de: “¡Vivos los tuvimos! ¡Vivos los queremos!”.
CONSECUENCIAS
Durante un tiempo, parte de la población mexicana y, sobre todo, mundial, no fue consciente de la realidad de lo ocurrido en México, pues desde el primer momento la versión oficial fue que se había reducido a un grupo de terroristas que habían atacado a los soldados. Durante estos años, el Gobierno mexicano tenía un gran poder dentro de los medios de comunicación y tan solo algunos reporteros o fotógrafos aislados tenían pruebas para contradecir dicha versión oficial.
Poco a poco, testimonios de madres, de jóvenes que habían acudido a la plaza de Tlatelolco, y evidencias en forma de fotografías y videos fueron sacando a la luz una verdad de la que nunca se supo realmente quién tuvo la culpa en última instancia.
Al contrario de lo que pudiera haber sucedido, la matanza de Tlatelolco no supuso un recrudecimiento radical de las protestas o un descontento manifiesto y violento con el Gobierno, sino un sentimiento de desamparo, y parálisis momentánea del pueblo mexicano, que se encontró como rumiando en silencio su dolor, sin apoyos internos ni externos, confuso, con un odio latente tan grande que le paralizaba y le impedía actuar, quizá por temor a represalias aún mayores.
Pudieron parecer momentos, años en los que México no pareció darse cuenta, a corto plazo, de lo que fue realmente esa matanza. Pero, al contrario de lo que pudiera parecer, sirvió al país, al pueblo mexicano, para madurar poco a poco, para ir creando una conciencia democrática, de necesidad de libertad de expresión, de rechazo ante el poder autoritario.