El 2014 pasa a la historia de México como un año memorable, tristemente célebre a pesar de que se concluyó el ciclo de reformas estructurales que planteó Peña Nieto al principio
de su sexenio.
Los legisladores, convertidos en Constituyente Permanentes, prácticamente nos recetaron una nueva Constitución, en aproximadamente 18 meses cambiaron casi la mitad de sus artículos.
Nos dijeron que con ello estaríamos a las puertas del paraíso tantas veces prometido.
¡Qué suerte la nuestra! Cuando creyeron que estábamos por llegar nos salen con que se extraviaron, que los vamos a tener que disculpar, pero no contaron con la fortuna de los magos de oriente, al perder el rumbo, todavía no ven la estrella que
ha de guiarlos.
Con la técnica del filibustero dejaron pendientes leyes tan importantes como la Ley General de Transparencia y Acceso a la Información Pública y abortaron el Sistema Nacional Anticorrupción y la Reforma Política del
Distrito Federal.
El año que terminó no será recordado por la enésima (re)creación de la maltrecha Constitución de 1917; 2014 quedará marcado, al igual que 1968 y 1994, como un año de profunda convulsión social y punto de quiebre del Estado mexicano.
Es y será el año de la desaparición (y asesinato) de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Por segunda vez en nuestra historia reciente un grupo de estudiantes pusieron de manifiesto la disfuncionalidad del arreglo económico, político y social; dejaron al desnudo las carencias de nuestra
clase política.
Seguramente habrán de pasar muchos años para que los eventos de Iguala lleguen a los libros de
texto de primaria.
No es fácil imaginar ahora la narrativa oficial con que se dará a conocer a futuros estudiantes lo sucedido.
¿Pasarán a la historia como un acto aberrante de un presidente municipal ligado con el narco? ¿Serán acaso inmortalizados como catalizadores de un momento de quiebre que evidenció la precaria legalidad institucional del sistema mexicano?
Tampoco descartemos que dentro de 20 años, con nuestra justicia tan rápida y expedita como ahora, Abarca y su señora sean absolutamente exonerados como este año se limpió de todo cargo a Raúl
Salinas de Gortari.
2014 fue, también, el año de la Casa Blanca, que puso en evidencia a las fuerzas políticas que decidieron no ver ni mucho menos atender los conflictos de interés en los que cotidianamente incurren políticos y empresarios, empezando por el propio Presidente de la República.
Por supuesto la ceguera es parte de un pacto del cual todos se benefician; gracias a éste no hay quien quiera encontrar caminos institucionales para esclarecer la adquisición de la casa de Malinalco del Secretario de Hacienda. Difícilmente se investigará por qué un contratista de la delegación de Iztapalapa le prestó al delegado una camioneta de un millón de pesos; a pesar de que la ley exige al delegado residir en el lugar que gobierna, ¿quién denunciará el ilícito, ya no digamos la incongruencia, que supone que el gobernante de Iztapalapa viva en el Pedregal
de San Ángel?
En el ámbito económico, el año que acabó trajo más dolores de cabeza que buenas noticias.
Es el segundo año consecutivo que Peña y su Secretario de Hacienda nos quedan a deber el crecimiento por ellos proyectado.
Lo que comenzó como un deslizamiento del peso provocado por la pérdida de confianza, se convirtió en franca devaluación cuando los inciertos ingresos petroleros disminuyeron. No hay crecimiento económico ni inversión productiva.
Necesitamos urgentemente del liderazgo de la clase gobernante que atienda los porqués del quiebre de la sociedad, no pueden intentar tapar a billetazos el descontento, el inmenso gasto electoral de 2015 no será suficiente para disimular las heridas
dejadas por 2014.
No es masoquismo, pero la comparación con Estados Unidos y su Presidente se impone. 2014 pinta para ser el peor de los ocho años de la Presidencia de Obama.
La estrepitosa derrota electoral de los demócratas en noviembre, hace apenas dos meses, nos permitía suponer que por dos largos años Obama sería, lo que en política norteamericana se llama, un lame duck, un muerto en vida al que sólo le queda esperar que termine su periodo, sin ninguna capacidad de
hacer más nada.
¡Oh sorpresa! Nos equivocamos de palmo a palmo, Barack Obama regresó a las portadas de todos los periódicos del mundo como el Presidente que pudo restablecer, después de más de medio siglo, las relaciones diplomáticas entre Estados
Unidos y Cuba.
¡Qué capacidad de recuperación! ¡Qué oportunidad para hacer y anunciar las cosas! Sin necesidad de un decálogo, ha rehecho
su presidencia.
Barack Obama y Raúl Castro quedarán en los anales de la historia, como transformadores de la
geopolítica americana.
Es Año Nuevo, esperemos que nuestros políticos nos den mejores razones para recordar 2015, porque el año pasado fue un desastre.
*Investigadora del IIJ de la UNAM
Twitter: @MarvanMaria