La próxima semana el Tratado de Libre Comercio de América del Norte cumplirá 20 años de haber entrado en vigor. Como país, ¿estaríamos mejor o peor de no haberse firmado el TLCAN? Para muchos, el tratado era una idea buena o mala desde el comienzo; para otros, seguirá siéndolo así, independientemente de 20 años de evidencia. Lo cierto es que se trata de una pregunta (contrafactual) de difícil respuesta, puesto que resulta imposible observar a México con y sin Tratado. Lo único que podemos observar es a México antes y después del TLCAN y comparar su desempeño con el de otros países, tratando de distinguir lo que ocurrió gracias al Tratado y lo que de todos modos hubiera ocurrido sin él.
El comercio es benéfico para los países en general y para los individuos en particular. Después de todo, si el intercambio voluntario de bienes y servicios entre dos partes no fuera mutuamente conveniente, difícilmente ocurrirían tales transacciones. Sin embargo, no es lo mismo hablar de las “ganancias del comercio”, las cuales casi siempre son positivas, que de la “distribución de las ganancias del comercio”, misma que depende de muchos factores. Lo que incomoda a muchos críticos del comercio es la distribución inequitativa de sus ganancias. Es por ello que detrás del TLCAN hay un potencial conflicto distributivo.
¿Vale la pena anular transacciones mutuamente beneficiosas porque la distribución de sus ganancias no es equitativa? En la derecha tienden a opinar que no, en la izquierda que sí. La distribución de las ganancias del comercio depende de muchos factores: los términos de intercambio, la movilidad de los factores entre una industria y otra, las dotaciones relativas de recursos, como tecnología, mano de obra y capital, etc. Los factores políticos e institucionales son igualmente importantes, como la seguridad de los derechos de propiedad, la facilidad para entablar y hacer valer contratos.
Las ganancias del comercio internacional al interior de un país tampoco son homogéneas. En términos relativos, unos ganan, otros pierden, y muchos otros se quedan igual que antes. Desde el punto de vista de los productores, el comercio beneficia a los nuevos exportadores, pero puede perjudicar a los individuos o sectores que fueron desplazados del mercado por las nuevas importaciones. Por otro lado, es difícil negar que los consumidores se beneficien al disponer de una mayor variedad de productos de mayor calidad y/o mejores precios.
A grandes rasgos, entre 1993 y 2012, el comercio entre México y Estados Unidos se quintuplicó, el de Canadá y Estados Unidos se duplicó, mientras que el del resto del mundo casi se triplicó. Hay quien dice que el TLCAN ha beneficiado más a Estados Unidos. Sin embargo, desde 1993 a la fecha, Estados Unidos importa más bienes y servicios de México y Canadá de los que exporta a ambos países. Las exportaciones de México a EU pasaron de 39.9 mil millones de dólares, en 1993, a 277 mmdd en 2012. Por otro lado, las importaciones de México a EU pasaron de 41.6 a 216.3 mmdd en el mismo periodo. La inversión extranjera directa de EU en México, predominantemente manufacturera, pasó de 15.2 miles de millones de dólares, en 1993, a 91.4 mmdd en 2011.
En su momento, el TLCAN se vendió como un pasaporte al primer mundo. 20 años después, resulta obvio que no estamos ahí. Si bien todo parece indicar que el TLCAN ha producido diversos beneficios para la economía mexicana, no puede decirse lo mismo de su distribución al interior del país: al norte le ha ido mucho mejor que al sur, y a la industria manufacturera mejor que al campo.
Sería ingenuo esperar que bastara con un tratado comercial para salir del subdesarrollo: las reformas económicas de este tipo son necesarias pero insuficientes. El grueso de los beneficios del TLCAN debió haberse materializado ya y resultaron más modestos de lo esperado. La Reforma Energética difícilmente tendrá un impacto mayor al del TLCAN. Habrá que ajustar expectativas y ocuparnos de todo lo demás que también debimos hacer 20 años atrás.
Twitter: @javierparicio