Tomo prestado el título de la novela de Charles Dickens para rememorar algunos hechos cruciales en la historia reciente del país. En vísperas del arribo de 1994, la oligarquía nacional y algunos sectores de clase media estaban de plácemes, pues a partir de esa fecha entraría en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), lo que nos permitiría, al transcurrir de los años, crecimiento económico y, por tanto, cierto bienestar. Con el tratado culminaba el “exitoso” preámbulo de modernización salinista, con su premio nobel de Literatura y con una Miss Universo mexicana: grandes esperanzas.
Sin embargo, la fantasía neoliberal fue puesta en entredicho por la insurrección de los indígenas chiapanecos agrupados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Armados de manera rudimentaria, con viejos rifles, machetes, piedras y palos, los hombres y mujeres murciélago irrumpieron en la escena política nacional e internacional durante las primeras horas de 1994. A través de la Primera Declaración de la Selva Lacandona, los rebeldes explicaban desde San Cristóbal de las Casas a la nación mexicana y al mundo las razones ancestrales de su lucha. Sometidos a violentos despojos desde la Conquista, su condición explotada no mejoró ni con la guerra de Independencia ni con la Revolución Mexicana. De ese olvido y marginación, la importancia y legitimidad de su levantamiento.
A través del subcomandante insurgente Marcos, el EZLN tuvo un eficaz vocero, un traductor (según el propio Marcos) entre los sobrevivientes de la cultura maya y los habitantes del mundo occidental. Los huérfanos de la debacle política ocasionada por la desaparición de la Unión Soviética y el impacto ideológico del capitalismo salvaje, tuvieron en la lucha de esos hombres y mujeres encapuchados, la oportunidad de actualizar sus utopías y renovar sus esperanzas en un mundo mejor.
A lo largo de los últimos 20 años ha habido un indiscutible legado de la lucha indígena zapatista a la historia contemporánea. Por un lado, la firma de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar (febrero de 1996) mostraron la capacidad de negociación de los indígenas para plasmar en la agenda política nacional derechos varios: a la autonomía, al reconocimiento y preservación de las culturas indígenas. Propuesta sobre Democracia y Justicia, así como para el Desarrollo y el Bienestar. De igual manera se enfatizaron los derechos de las mujeres. A pesar del reconocimiento del Estado mexicano de la pertinencia de tales demandas, no ha habido en los últimos 18 años la voluntad política para aplicarlos.
Por otro lado, aunque en varios documentos y comunicados del neozapatismo se expresaba la necesidad de vincular la lucha de los indios del sur con los de otras áreas geográficas del país, así como con los pobres de la nación toda, en la práctica, a excepción de la comunidad de San Salvador Atenco, no se logró una vinculación orgánica y efectiva con otros movimientos sociales, como el obrero, el campesino, que de haberse organizado en un gran frente, hubiera redituado a tales sectores, importantes avances en la preservación o avance de sus demandas.
En los hechos, la estrategia política y mediática del EZLN y su dirigente más conocido, ha soslayado las luchas de importantes sectores políticos de la sociedad mexicana: a los del Sindicato Mexicano de Electricistas, a aquellos que, por encima de filiaciones partidarias, pensaron que a través de las urnas se podía lograr la alternancia y, con ella, el replanteamiento de un proyecto de nación donde hubiera, entre otras cosas, un mejor reparto de la riqueza.
A 20 años de aquel levantamiento en Chiapas, una joven indígena es agredida salvajemente por sus condiscípulos en su escuela capitalina por ser india. El número de pobres, obesos, incultos y violentos se ha incrementado en nuestro país. Y aunque los Acuerdos de San Andrés lejos están de cumplirse, como cada año en los territorios del EZLN se llevan a cabo los cursos de capacitación política, donde tal vez algún día la imaginación tome el poder y surja una propuesta, un recurso que logre hacer realidad la promesa zapatista que rezaba: “Para todos, todo”.