Por Arturo Pimentel Báez / Emily Pimentel Cabrera / columnistas
El 18 de julio de 1872, el doctor Ignacio Alvarado fue llamado a Palacio Nacional para atender al presidente de la República, Benito Juárez, aquejado de un fuerte dolor de pecho. A las 19:00 horas, el mal fue empeorando, y alrededor de las 22:00 horas, de acuerdo con la técnica terapéutica de entonces, se le vertió “agua hirviendo sobre la región del corazón”.
Poco antes de las 23 horas, Juárez llamó a una persona del servicio y le solicitó que le comprimiera con la mano el lugar donde sentía el dolor. A las 23:25 horas, el presidente se recostó para morir cinco minutos después.
A las 05:00 horas del 19 de julio, los cañones anunciaron a los ciudadanos que el presidente de la República había muerto. Cuatro horas más tarde, la diputación permanente sesionó de manera extraordinaria para proceder, conforme a la Constitución, a nombrar al titular de la Suprema Corte de Justicia, Sebastián Lerdo de Tejada, como presidente interino.
El cadáver —vestido de etiqueta, con la banda presidencial y un bastón en la mano derecha como símbolo de mando— fue expuesto los días 20, 21 y 22 en el salón de embajadores de Palacio Nacional. Cuatro francmasones montaron guardia de honor por orden de su Gran Logia.
La mañana del 23 de julio se verificaron los funerales; el pueblo comenzó a ocupar desde muy temprano la Plaza de la Constitución y las calles por donde pasaría el cortejo fúnebre. A las 22:00 horas, cuatro cañones anunciaron a la ciudad que los restos mortales de Juárez salían por la puerta central de Palacio Nacional para ser conducidos al Panteón de San Fernando. Miles de personas de todas las clases sociales contemplaron la procesión.
Para la ceremonia oficial fue colocado un templete en donde se ubicaron los deudos de Juárez, los miembros del Ejecutivo, los del cuerpo diplomático y los representantes de los poderes Legislativo y Judicial. Los restos se colocaron sobre un catafalco y se procedió a la lectura de los discursos. Concluidas las alocuciones, el cadáver fue inhumado en el sepulcro de la familia Juárez Maza, en medio de 21 cañonazos.
Los funerales concluyeron a las dos menos cuarto. El cuerpo sin vida de Juárez fue el último en ser sepultado en San Fernando, donde permanece hasta nuestros días.
pibe91@hotmail.com